domingo, octubre 04, 2009

Sobre El Mundo y el fuego, desde la comodidad del cielo


Llegó a su pequeño rincón de habitación después de un día "cómodo".

No es que hubiera malgastado el día en hacer 'nada'. Tampoco su jornada había sido fructuosa en cuanto a tareas pendientes se refiere. El sentimiento de sentirse...eso: "cómodo", era algo que temía desde hace meses. Un presentimiento en potencia de materializarse que se hacía, sin quererlo, más y más real cada día.

Al improbable lector de este blog le resultará complicadamente impertinente la reiteración de la palabra "comodidad" con un uso tan negativo. No obstante, nuestro querido (y odiado a veces) personaje conocía sus seductores efectos y la simplicidad con la que éstos cambiaban su vida.

Una vez más, nuestro amigo se sentía único en el mundo. Tenía esa extraña sensación de la que habla Kavafis en su Ithaca. De alguna forma, sabía que aquel cómodo modo de vida que estaba comenzando a adoptar podría sofocar el amargo sentimiento que recorría su espíritu y su cuerpo. Gradualmente... cómo si del manillar que controla el fuego en una cocina de gas lo controlara, su fuego comenzaba a... apagarse.

Las fotografías que decoran la pared de su habitación le dieron, como cada vez que entraba en ella, una bienvenida diferente. La lúgubre luz que emanaba una barata lámpara de mesilla arrojaban sobre los testimonios de sus viajes esa pálida luz que, además de transformar parcialmente la percepción de los colores, hacía también que 'sintiese' las fotografías de un modo... diferente.

Un camino, una rosa, una ciudad, una libreta y la ventana de un castillo eran algunos de los motivos que, se suponía, debían inspirarle. Una última fotografía le llamaba especialmente la atención, ya refugiado en la comodidad de su cama:
La silueta de un hombre sentado bajo la luz de la luna. Sus manos, más intuidas que vistas, toqueteaban gentilmente las teclas de lo que parecía ser una máquina de escribir.

Sin pensárselo dos veces, cogió su ordenador y comenzó a escribir una historia. Los turbulentos sentimientos de comodidad que había intuído anteriormente comenzaron ya a desvanecerse. Mientras realizaba el inexplicablemente placentero acto de escribir, la luz de la lámpara resaltó un folio blanco que se encontraba a su derecha, en la cómoda. Lo cogió. Seguidamente lo abrió y, en la parte inferior central, vio recuadrado un cuento que le había regalado el maestro. Intrigado, comenzó a leer. Su cara se tornó en una expresión expectante mientras leía las irónicas palabras del título. Por alguna razón, sabía que estaba a punto de darse cuenta de "algo".

El Mundo
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Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde arriba, la vida humana. Dijo que somos un mar de 'fueguitos'.

-El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de 'fueguitos'. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.

No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos, y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman. No obstante, otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca a ellos... se enciende.

El libro de los abrazos
Eduardo Galeano

Releyó el texto. Estilísticamente le pareció un poco extraña, pues determinados rasgos de la escritura delataban un autor de procedencia extranjera, dejaban entrever rasgos de una cultura que, todavía, no había conocido y que, esperaba, podría explorar pronto.

Definitivamente, cuando acabó de comprender el texto, todas sus dudas se disiparon. Entendió dos cosas. Una, que no hacía falta eliminar la comodidad; sino que debía luchar por acercarse a gente que, como su maestro, arde (unas veces con más intensidad que otras).

Y dos.
Que, de igual forma,
Hay que contagiarse de ese fuego, ya que de esa forma 'otros' podrán acercarse y contagiarse de esa pasión con la vida, que nutriría también... su propio fuego. Juntos o separados, caminarían...

Hasta el final o...

hasta la combustión.

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