miércoles, octubre 27, 2010

Amistad

A veces me gusta soñar despierto.

Que un helicóptero de enormes dimensiones e intenso ruído hace su aparición en medio de
Introduccio al Ordenament Juridic y, ante la mirada atónita de mis compañeros de clase, me obligue a dejar el lugar así de rápido: volando.

Dejo el lugar y me voy...

Hacia
. Hacia la ciudad dorada del enorme castillo y las infinitas callejuelas. Con destino a esa isla de sabores árabes y aroma a especias. Hacia ese pequeño parque donde se encuentra nuestro refugio y morada.

A veces me gusta imaginar que me escapo contigo.

Con tu capacidad para no juzgarme. Con tu infinita experiencia para aconsejarme. Con tu sincera habilidad de contar conmigo. Con nuestra entendedora forma de mirarnos. Con mis sagaces ojos y tus soñadoras miradas. Con los motes que me pones y los que tú siempre has tenido. Con el relajante ritmo que destilan los pasos de una mujer que vive en una ciudad embrujada y sabe cómo caminar por ella. Con el brazo que recorre mis hombros y me reconforta, y alivia las penas que en esos momento encuentran refugio en mi corazón.

Porque
siempre sueño que huyo, y cuando no quiero huir también pienso en tí, y en cómo has cambiado mi vida...

Gracias, por todo lo que ha venido y lo que habrá de venir,

Mi querida y verdadera amiga
Nadia.

martes, octubre 26, 2010

El Detective de Emociones

[Para Silvia Cano, quien compartió conmigo un verano en el que nos faltó la inspiración, a ambos.]


El joven detective de emociones tomó asiento. El pintoresco tren de dos plantas que transportaba cada día a cientos de viajeros hasta la playa llegaba invariablemente tarde, lo cual era todo un obstáculo. Muchos eran los que le escribían solicitando sus expertos servicios con el fin de encontrar alguna cosa que no daba aparecido, o que esa infortunada amiga que es la vida a veces les había decidido robar. El tiempo era escaso. Y la misión, complicada.


Sin embargo, la petición que aquella misma tarde le había llegado era especialmente delicada. Según para quien, demasiado compleja. Incluso había quienes se habrían aventurado a decir de ella que era imposible. No obstante, el retórico detective se tomaba la encomienda como un reto más de su vida diaria. Había logrado encontrar para muchos de sus clientes recuerdos olvidados, amores de todo tipo (prohibidos, rotos, trágicos, verdaderos, falsos, misteriosos, fugaces, dormidos, obsesionados…) e, incluso, se habñia peleado mano a mano con la codicia para eliminarla, cual mercenario del alma de sus clientes.


Aquella tarde de verano una joven cineasta le había pedido desesperadamente que encontrase una de las piedras preciosas del género humano, esa cosa extraña que muchos claman tener y que nadie sabe a ciencia cierta de qué está formada, ni qué aspecto tiene. Ni siquiera se sabe si existe, y aún así, artistas de todo el mundo recurren a ella para contar historias. Aquella tarde de verano, el detective de emociones que estaba sentado en un tren que lo llevaba a la playa debía encontrar la inspiración para el alma de la joven cineasta.


Tanto el amor como el odio eran emociones muy conocidas para él, objetivos fáciles dentro de su estrambótica actividad profesional. Lo cierto era que no sabía mucho sobre la inspiración. Rara vez la había invocado en su vida diaria, pues el método científico que debía seguir todo detective dejaba poco lugar para emociones como esa. No obstante si algo sabía sobre la inspiración era que se alimentaba de ingredientes emocionales muy básicos en toda vida: los 5 sentidos, la imaginación y las grandes esperanzas. Con esa lista de items debía tener suficiente como para empezar a investigar.


En la playa debía resolver el misterioso activo de esos 5 sentidos. Si el joven detective de emociones pretendía encontrar la inspiración que había huido del alma de aquella pobre y rebelde cineasta debía conseguir, de algún modo, conjurar la suya propia. La playa de aquella isla que nadie sabía muy bien donde quedaba se extendía más allá del horizonte y el cielo azul era un perfecto regalo para la vista. Una página azul sobre la que escupir sin miedo toda la imaginación que una cineasta pudiera llevar dentro. Para el oído, él escogió una de sus bandas sonoras favoritas. Todo un compendio de melodías de ánimos dispares e intensidad variable que pretendían ser el acompaámiento sonoro perfecto para una gran idea imaginativa.


El oficio de cineasta no podría tan solo sobrevivir con el oído y la vista. El detective de emociones llegó a la conclusión de que aquello que un director debía conocer más bien para hacer una película eran los olores, sabores y texturas de las historias que debía transmitir, para así ponerles imagen y sonido. El suave cosquilleo de la arena escurriéndose por sus dedos, el inconfundible aroma a sal y pescado que se desprendía del mar y el dulce placer que se sentía al saborear un helado de fresa mientras se acuesta uno en la playa debían ser aquella tarde de verano los aliados perfectos para encontrar la inspiración perdida.


En algún momento de su inspirativo vagar, la locomotora que arrastraba el tren de dos plantas y que serpenteaba el borde de la isla se detuvo, anunciando su llegada mediante un ensordecedor pitido agudo. El detective de emociones no tenía tiempo que perder. Cogió la mochila en la que llevaba su toalla verde y su libreta gris y, sin perder ni un segundo, pegó un pequeño salto hacia el exterior de aquel reptil metálico.


No podía haber estado más acertado. La visión, el olor y el tacto que dieron la bienvenida a los pies de nuestro retórico personaje cuando éste pisó sobre la incandescente arena parecían albergar las primeras pruebas de carácter ambiental, indispensables para resolver el intrigante misterio de aquella tarde: La primera fase de la operación, que consistía en el simple hecho de acudir a la playa, había resultado ser todo un éxito. Sin embargo, lo que restaba ahora se le revelaba al detective de emociones como la tarea más ardua y el núcleo central de la operación: Lograr encontrar esa escurridiza emoción que es la inspiración para poder entregársela a la pobre alma que había solicitado sus servicios.



Comenzó a caminar por la playa.


Como cada día de verano desde que tenía memoria, aquel pequeño paraíso estival estaba plagado de cientos de personas provenientes de todas partes del mundo que acudían a la isla con el objetivo de disfrutar de unas poderosas y restauradoras vacaciones. Los colores que teñían la piel de los exóticos visitantes abarcaba un largo espectro de pigmentos: Comenzaban en el más blanco y solemne tinte británico para acabar en los más oscuros y misteriosos colores traídos del idílico Caribe, pasando por tonalidades intermedias como el amarillo asiático, el marrón chocolate o incluso el verde, éste último reservado para aquellas almas más obsesionadas con cuerpos ajenos.


Como cada día de verano en aquella misteriosa tierra imposible, del firmamento caían, con una textura parecida a la nieve, infinitas y diminutas esferas de luz que contenían la energía de la estrella Kalien, encargada del importante oficio de iluminar los días. De forma juguetona y vigilados por los ojos divertidos de sus padres, los niños saltaban con todas sus fuerzas para recoger aquella luz sagrada. En cuanto alcanzaban cualquier tipo de superficie, las diminutas esferas se desvanecían con un suave "poff" que no dejaba más que aire en las manos de aquellas pequeñas criaturas. Poco importaba, pues lo importante del juego era seguir saltando.


La leyenda contaba que aquel pequeño milagro no encontraba su origen en otro lugar que no fuera la propia historia del planeta. Las esferas de luz no eran otra cosa que las lágrimas de la antigua estrella "Sol", desaparecida en el 2010 a causa de la tercera Guerra Mundial.


Como era de esperar en un paraíso veraniego de tal calibre, los visitantes acostumbraban a dar largos y relajantes paseos por la playa con la esperanza de cansarse lo suficiente como para volver a tumbarse sobre la abrasante arena a tomar el sol, y descansar. Como era lógico en aquella isla que todos visitamos en alguna ocasión, los paseos comenzaban su ruta en la frontera que separaba la estación y la playa; dejaban sus huellas en las movedizas arenas de la orilla y continuaban mar adentro, dibujando las sombras de sus caminantes en el lienzo color mercurio que resultaba ser el mar, como si fueran un espejismo que se disolvía en ondas a cada paso.


El viento arrastraba consigo infinitas melodías. Una para cada uno de los estados de ánimo del ser humano. Tan variadas que era complicado sintonizar con una en concreto. Nuestro retórico amigo detuvo su placentero paseo por aquel paraíso maravilloso hasta que alcanzó captar la precisa melodía que creyó adecuada para resolver el misterio. Fue entonces que extendió su toalla sobre las últimas ondas que habían albergado el espejismo de su sombra y se dejó caer encima del mar.


En cuanto se tumbó, los hechos se precipitaron. Ante sus ojos, un enorme pájaro metálico se acercaba a su posición desde el infinito horizonte, dividiendo en dos ingentes filamentos aquel mar de interminable mercurio y dejando tras de sí una brillante lluvia que dibujaba un arcoíris. En su inexorable ruta, el metálico animal emitió un chirrido que interferiría con la inspiradora melodía del viento. En algún punto cercano a la localización de nuestro detective, el pájaro se sumergió de cabeza en las claras aguas de la playa, dirigiéndose a algún lugar en el fondo submarino.


El detective ya había tenido suficiente. No era menester esperar más. Sacó de su mochila su libreta grisácea, se armó con la increíble fuerza de una pluma y comenzó a verter ríos de tinta sobre todas aquellas maravillas que le había proporcionado la playa. Tras poner en cada letra, cada frase y cada párrafo grandes esperanzas y después de escribir durante un espacio de tiempo de tres cuartos de hora, el detective escribió el punto y final sobre su relato.


Un pitido ensordecedor la sobresaltó.



sábado, octubre 02, 2010

Locus Amoenus


Un mar sin olas

Todas aquellas almas que procedemos de ciudades costeras estamos acostumbrados al sonido de las olas. Un silbido de misterio que nos obliga, si le prestamos la suficiente atención, a sumergirnos por unos momentos en el infinito mar de nuestros pensamientos.

Era de noche, y cuál fue mi sorpresa al cruzar el Gran Océano y sumergir mis pies en la arena de aquella playa.

A primera vista todo semejaba correcto y en su sitio.El arenal lleno de arena, y el mar lleno de agua. Sin embargo, había algo curioso en aquel paisaje. Algo faltaba en el medio de amblas partes.

No había... olas.

Son muchos los que pensarán que una playa sin olas tiene poca gracia. No obstante, aquel paisaje tenía algo que un mar con olas jamás podría conseguir: Un espléndido, abrumante y tranquilo reflejo de la luna llena.

Cuando miré a mi lado, la vi. Tenía el pelo largo. No sabría decir si era de color castaño, o rubio. Ni si aquel peinado tenía rizos, ondas o era completamente liso. Tan solo recuerdo el roce de su brazo en mi cintura y su cabeza reposando sobre mi hombro.

Entonces, mientras ambos nos perdíamos en la infinidad de aquella inmensa luna, le dije:

- Como romántico que soy, tengo ciertos... sueños. ¿Eres tú la mujer que me ayudará a hacerlos realidad? Porque entonces llevo toda una vida buscándote. Y si algún defecto tengo es que soy demasiado impaciente.

Ella asintió.