lunes, marzo 30, 2009

El felicismo de Albert. Parte 1.

Albert Casals es un chico de 18 años que nació en Barcelona. Actualmente vive con sus padres en Esparraguera, una pequeña localidad a las afueras de la ciudad condal. Éste joven es una persona normal cuya infancia brindó a su vida algunos acontecimientos poco agradables para la mayoría de las personas. Pero eso no va en éste primer párrafo.

El caso es que Albert viaja. Y mucho. Tanto que a su edad acaba de publicar su primer libro de viajes. "El món sobre rodes" habla de sus periplos por Europa y Asia. Sin embargo, su sentido aventurero no ha podido esperar a empezar la universidad y, justo después de la selectividad, decidió por si solo recorrerse media América Latina. Los nombres de estos continentes se dicen pronto, pero a la práctica supone una lista de países mucho más larga que la siguiente:

Italia
Grecia
Tailandia
Malasia
Singapur
Alemania
Bélgica
Francia
Escocia
Japón
Colombia
Panamá
México

... y un todavía más molón (en descubrimientos) largo etcétera será el que añada este viajero (que no turista) a su lista desde el próximo mayo, pues "se va" unos 6 meses a África.

Hay a quien esta lista le podría suponer el ostento de grandes sumas monetarias o, como poco, de una "graaaaaaaan" familia dispersada por todo el mundo. Sin embargo, están totalmente equivocados. Albert sólo gasta 3 euros al día (como mucho) y... bueno. No tiene movil :S No porque no lo pueda comprar, sino porque funciona con una batería que hay que recargar. Si tenemos en cuenta que los "hoteles" de Albert son playas, parques, camiones de burros, barcos, trenes o incluso núcleos callejeros de indigentes; el hecho de tener que recargar la batería del móvil supondría uno de los problemas principales para él. Y, en este caso ¿para qué lo quiere?. Si necesita llamar urgentemente a sus padres, se cae al mar desde un barco mientras un temporal atraviesa el océano o lo atropellan en una concurrida carretara Tailandesa le pedirá "a alguien" que pase por la calle su celular. Porque, como él dice, "el mundo está lleno de personas buenas" que ayudarían encantadas a un chiquillo de 18 años que viaja alrededor del mundo.

Sin embargo, la lista que haría Albert de sus viajes no estaría formada por lugares o paisajes. Lo que a él le importa de verdad es el contacto humano. Es decir, para Albert viajar significa conocer gente. Personas mayoritariamente agradables (a excepción de algún refunfuñón revisor de tren)que lo están esperando para vivir aventuras con él, o que símplemente se quedarán lo suficiente para ayudarlo con algún infortunio en particular.

"Pero la palabra aventura se entiende muy mal", dice Albert."Es precisamente cuando no intentas hacer nada en particular cuando te suceden las cosas más alucinantes". Y explica: "¿Para qué pagar por dormir cuando puedes hacerlo en una playa, cómodamente en tu saco de dormir y a resguardo de la lluvia con tu tienda de campaña portatil, con unas espectaculares vistas de un cielo plagado de estrellas? No entiendo por qué no todo el mundo lo hace." Lo mismo ocurre con el hecho del transporte por tierra. "¡¿¡Pagar por transportarme?!?! ¡Qué va! ¿Para qué hacerlo cuando puedes practicar autostop y que alguien agradable te lleve hasta tu destino?"

Y es ahora, más o menos hacia el final, cuando comento una característica de Albert que no es la más importante (dicen los periodistas de agenda obligada que esas van en el primer párrafo) pero que supone para él una fuente de diversión increíble: Su inseparable compañera de viajes, la silla de ruedas. Su silla le permite practicar "cadirastop", así como divertirse con las atónitas caras de la gente al enterarse de que un chico en esas condiciones está viajando alrededor del mundo totalmente sólo. Aún así, la silla no la lleva porque sí. Albert sufrió a sus cinco años una monocleósis que lo dejó sin poder andar con las piernas. Pero bueno, éste no deja de ser un pequeño y eventual contratiempo, casi comparable al hecho de que un periodista pierda su libreta de viajes en un callejón donde conoce a alguien majísimo que le acaba concediendo una entrevista porque sufre una enfermedad de la cual está haciendo un reportaje: Ambos casos son un contratiempo, y en los dos se pueden solucionar facilmente con la ayuda del alma caricativa que te encuentra.

Una de las cosas que probablemente habría que subrayar también son sus maravillosos padres. "Cuando educas a tus hijos de una determinada manera no puedes evitar que llegue un punto en el que intenten cumplir sus sueños de una forma responsable", dice. "Y es entonces cuando tu trabajo como padre es más importante que nunca, porque yo sería infeliz impidiéndole viajar". Además, añade: "Nunca le hemos hablado de la silla como un impedimento..., porque para él no lo es, y lo ha demostrado con certeza".


********


Por fin lo he soltado. Llevaba días planeando esta entrada... Pero esque redactarla como contenido periodístico sería contradecir el "felicismo", la filosofía de Albert que dice que cualquier persona de este mundo puede ser feliz si se esfuerza en buscar el cómo y ponerse en manos a la obra en poner en práctica la respuesta a esta pregunta. Y lo siento, no me apetecía ser formal hoy, ya hemos hablado de eso aquí.

PS:Albert, si estás leyendo esto (nunca se sabe, coincidencias más alucinantes has visto, no?), que sepas que si algún día viajo a ese sitio te avisaré. Y oye, ¡a ver si nos encontramos algún día por ahi! Yo siempre tengo ganas de viajar, y Esparraguera me parece un bonito y pequeño sitio sin atractivo turístico por el que comenzar otro viaje :P

martes, marzo 03, 2009

Las cosas, por su nombre

Soy una persona que ha estado siempre en contra de los eufemismos. Que yo sepa, no existe ninguna norma eufemística por parte de la academia, y lo veo una cuestión normal, ya que su uso depende más de la moral de cada uno que de una norma en concreto.

En la mayoría de las ocasiones, estas palabras se refieren a grupos de la sociedad que no están del todo integrados o cuya existencia no se percibe todavía como “normal”. Es por ello que en la prensa se utilizará homosexual en vez de gay o lesbiana [aunque no siempre], prostituta en lugar de puta o personas con discapacidades mentales para denominar a esquizofrénicos, personas con síndrome DOWN y otros.

¿Está mal aplicada la utilización de estas palabras? En la mayoría de los casos su utilización es correcta y sigue la norma. En los ejemplos descritos, se salvaría de esta afirmación personas con discapacidades mentales, ya que bajo ese término se engloban muchas enfermedades que no serían eso, si no disfunciones mentales o incluso genéticas. Estaríamos ante un caso de palabra comodín, de alguna forma.
Entonces, ¿Por qué estoy en contra de la mayoría de ejemplos de lenguaje eufemístico en la prensa? Porque normalmente hacen un flaco favor a la causa o fenómeno social que están describiendo.

Considero que la prensa debería reflejar la cierta pluralidad de la sociedad a la que pertenece. Esto no siempre se cumple, y, cuando lo hace, se relegan al campo de “situación peliaguda” determinadas características sociales que, si no son ya normales, es porque no se ha querido crear una normalidad a partir de ellas. Preguntémosles pues a los homosexuales si prefieren que les llamen por ese complicado término fabricado en base a términos de las lenguas clásicas, o, por el contrario, prefieren que les llamen gays, nombre más común entre ellos y que goza de especial afecto por su parte. Preguntémosles a las “damas de la noche”, también. Porque ellas mismas te dicen lo que son: putas. Y si ellas se llaman así será porque quieren que las llamemos así. Porque en la sociedad se las llama así y porque en la realidad, alejándonos del juego de lo “políticamente correcto”, se llaman así.

Mientras no llamemos a las cosas por su nombre, no serán normales.