sábado, junio 19, 2010

La Ciudad Hoguera


Las adoquinadas piedras que cubrían el suelo del paseo Joan de Borbón ardían como si hubieran sido picadas en un acantilado del infierno. Un sol abrasador dejaba caer estrepitosamente sus rayos sobre el puerto de Barcelona mientras los 4 elementos restantes se fundían, derrotados, ante el apabullante poder del fuego. Debido a la ingente cantidad de luz, el cielo ya no parecía aquel mar de sueños. Ahora era más bien un desierto que le dejaba a uno sin vista si se atrevía a mirar demasiado alto.

El calor no le dejaba pensar. El fuego del astro lamía golosamente su piel y bullía su cabeza, causando que el usual placer de caminar por donde Barcelona se reverenciaba ante el mar mediterráneo resultara ser aquel día de verano una genuina prueba de resistencia.

Quería pensar, y no podía…


Quería pensar en todo lo que le gustaba hacer, pero no era capaz.

Quería pensar en lo mucho que extrañaba a su familia, pero sus ojos tan solo sabían enrojecerse.

Buscaba pensar también en su futuro, y solo lograba divisar el horizonte al final de la calle.


Se desesperaba por pensar en cómo llegar a fin de mes mientras solamente tenía el tiempo justo para cenar comida precocinada.


Deseaba pensar en cómo pintar de inspiración gráfica la desnuda pared de su habitación, pero solo era capaz de desordenarla sin remedio.


Soñaba con encontrarla a ella, y pensaba que únicamente le esperaba una fría silla de ejecutivo al llegar a casa…



Añoraba pensar, pero solo podía actuar.


Al llegar al cruce que une el Paseo Juan de Borbón con la Vía Layetana ocurrió algo. Notó esa obtusa sensación que siente uno cuando alguien le clava una mirada en la nuca. Se dio la vuelta. Un par de pasos más allá, incrustado en uno de los históricos edificios que recordaba una Barcelona más luchadora y guerrillera, un cajero. En el bordillo del cajero, un hombre descansaba su alma sobre un pedazo de cartón cuya planta daba la sensación de estar ligeramente húmeda. Su delgado cuerpo pedía a gritos un baño, y su cara, un generoso afeitado.


Fue entonces cuando aquel pobre desgraciado, cuyos zapatos parecían haber sido acribillados a balas sacó de algún lugar otro trozo de cartón en donde, con una caligrafía propia de un maestro de primaria, ardía el siguiente mensaje:


“Bienvenido al mundo real, amigo.”

Entonces, final y súbitamente, pensó.

1 comentarios:

Energeia dijo...

Genial. Me encanta.
Aunque a veces es cierto que nos viene mejor actuar directamente que pensar.
Te quiero.